DIFÍCIL
TESITURA
Tras los atentados de París, la primera respuesta del
gobierno francés ha sido sentirse legitimado para bombardear Raqqa,
ciudad a la que los radicales de DAESH (o Estado Islámico)
consideran su capital. Ha sido una respuesta inmediata, producto de
la indignación, totalmente visceral y que reproduce comportamientos
anteriores que no han contribuido a mejorar ni cambiar la situación.
Los sucesivos gobiernos de Francia, da igual socialistas que
conservadores, decidieron de forma bastante inmediata su
participación en Libia (con Sarkozy) y en distintos lugares de
África (caso de Hollande), donde los intereses económicos y mineros
de empresas francesas se consideraban prioritarios. Hollande a mi
entender ha tenido desde el principio cierta tendencia a seguir una
política exterior agresiva, demasiado proclive al uso de la de las
armas a la menor oportunidad. La “Grandeur” de la Francia,
ejemplo de democracia, con su libertad, igualdad y fraternidad como
lemas a seguir, frente a la Francia de ticks colonialistas que le
hacen intervenir, a la mínima ocasión, en sus antiguas colonias o
allí donde intereses no del todo confesables les reclaman.
Siria,
casualmente, fue un país bajo el mandato francés durante décadas.
Allí se ha hecho grande el engendro nacido en la principal guerra
propiciada en esa zona por los Estados Unidos, la de Irak. El mismo
año de su comienzo, el 2003, surge el Estado Islámico, un grupo
radical islámico suní que crecerá de forma acelerada tras la
marcha de las tropas americanas, aprovechando el caos existente en el
país y la debilidad de un gobierno incapaz de controlar un
territorio sembrado de armas y con las fronteras convertidas en un
coladero de yihadistas de múltiples nacionalidades y muchos de ellos
con experiencia en situaciones bélicas. A ese crecimiento contibuye
la complacencia e, incluso, la ayuda material de Arabia Saudí, país
de mayoría suní, que tiene como mayor rival a Irán, país de
mayoría chií, en quien siempre ha visto un enemigo. Algo parecido
ocurre con Israel, para quien, claramente, Irán es el peligroso
enemigo a batir y no desea bajo ningún concepto que avance en su
programa nuclear y ve con muy malos ojos cualquier acercamiento de
los Estados Unidos a la cuna del Chiismo.
Sea como fuere, el caso
es que DAESH saltó de Irak a Siria con el propósito de crear un
nuevo califato que reuniese todos los territorios que el Islam abarcó
en los califatos medievales, desde Al-Andalus hasta el Extremo
Oriente de Asia, una loca pretensión para la que han utilizado las
formas más descabelladas de crueldad y destrucción. Se han hecho
tristemente famosos por sus ejecuciones en masa, por las
decapitaciones, por lanzar al vacío desde altos edificios a
homosexuales, por intentar exterminar a los musulmanes chiíes de
Irak y a los pueblos de otras religiones y por destruir de forma
gratuita el patrimonio cultural y artístico más antiguo y rico de
la tierra, el de Mesopotamia.
El Frankenstein que contribuyó a
crear Estados Unidos en Afganistán, es decir Al Qaeda y el gobierno
talibán, es ahora una Hidra de docenas de brazos y entre ellos
DAESH, una especie de Godzilla destructor de todo lo que no es útil
para su último propósito. Lo peor de todo es que han logrado
hacerse con fuentes de financiación propias, como son la posesión
de pozos de petróleo y ciudades en las que se han adueñado del
dinero depositado en los bancos. Eso les permite pagar a yihadistas
jóvenes a los que adiestran y que en muchos casos están dispuestos
a morir matando. Estos proceden no solo de países mayoritariamente
islámicos sino, también, de países europeos con amplias
comunidades de esa religión. Nadie se explica como es posible
enrolar a mujeres y hombres jóvenes para convertirles en parte de
una maquinaria sin razón, donde su misión es matar, morir o, en el
caso de las mujeres, someterse a una forma de vida totalmente esclava
desde el punto de vista occidental.
¿De donde viene el odio
suficiente para realizar acciones suicidas como las acontecidas en
París, Nueva York, Madrid; por no hablar de esos mismos actos,
repetidos docenas de veces en otros lugares de África y Asia, con
menos ecos mediático, pero incluso con más muertos que en dos de
los tres lugares nombrados?
No puede ser suficiente, aunque
contribuya, la difusión por las redes sociales de ideas radicales.
No puede serlo tampoco el hecho de crecer en barrios marginales y
marginados, donde los porcentajes de paro son abismales entre los
jóvenes y sus perspectivas de una vida digna, inexistentes. Tampoco
debería serlo la falta de consideración y el racismo con el que las
sociedades europeas tratan a los que no tienen consideración de
autóctonos por el color de su piel, su religión o su lengua
diferentes. Incluso, no debería ser motivo suficiente el hecho de
contar con muertos en sus familias por acciones de guerra de los
ejércitos occidentales o como resultado de las operaciones mal
llamadas “quirúrgicas” de los drones fantasmas, que tanto se
equivocan en sus objetivos. Tampoco el neocolonialismo que aplasta
economías enteras y somete a la pobreza a las gentes de países
ricos en materias primas, pero pobres de solemnidad por la
desposesión de sus riquezas a manos de países europeos, americanos
o asiáticos. Por último (aunque podría seguir la lista) tampoco el
ejercicio descarado de una hipocresía peligrosa que ha llevado a
apoyar golpes de estado contra gobiernos surgidos de las urnas por
ser de carácter islámico, aunque no terroristas, como ocurrió en
Argelia a fines de los ochenta y más recientemente en Egipto, con el
beneplácito de los países de Occidente.
Todas estas “razones”,
juntas o por separado son un cóctel muy potente de sinrazones para
crear un clima del que surjan certezas, convicciones, desesperaciones
y finalmente decisiones que van más allá de lo razonable.
Nadie
entre nosotros apoya la extrema irracionalidad que anima al
terrorismo ejercido por grupos como DAESH, pero responder a él con
actos igual de terroristas que obedecen al ojo por ojo, nunca han
solucionado nada en absoluto. Apoyar la lucha antiterrorista no tiene
por qué ser ampliar aún más el espectro de la guerra, el mayor
negocio de toda nuestra historia y bombardear, de forma “ciega”,
objetivos militares.
En nuestro país, alguien que se ha apuntado
de forma irreflexiva a esa solución ha sido Albert Rivera,
poniéndose con ello a la altura de Aznar, uno de los que apostaron
por iniciar el escenario que hoy tenemos. De las sandeces de Albiol
poco hay que decir, aunque la confianza depositada en un racista
xenófobo como él por el PP, nos dice mucho sobre la postura de los
dirigentes de ese partido que soportaremos con prórroga incluida,
hasta el mes que viene.
Esperemos que pronto se hable de otras
soluciones, como la de cortar las fuentes de financiación externas e
internas al terrorismo, llamar al orden con firmeza de una vez a los
países que lo apoyan, combatir con eficacia su influencia en las
redes sociales (algo más de lo que pueda hacer Anonymus). A esto
habría que añadir la no criminalización de los refugiados y tomar
en serio su acogida, así como intentar atajar las raíces profundas
que alimentan el terrorismo en nuestros propios países y en los que
lo sufren de forma permanente.
La guerra tal como la conciben los
países de la OTAN y sus fans ya la hemos visto en Irak, Somalia,
Libia, y también (hasta ahora en Siria) como para repetir otra vez
el mismo craso error que no nos permita salir del agujero negro en el
que estamos.
Gonzalo
del Campo Antolín